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Veremos mejor

sábado, 20 de marzo de 2010

El fin de la sociología: la promesa que no se cumple a sí misma

El fin de la sociología: la promesa que no se cumple a sí misma
Sociología del fin de la sociología: apuntes para un(os) debate(s)
Por: Antonio Gómez Sánchez

Resumen:

El argumento central que tengo para la profesión del escrito trata el tema de la necedad de querer hacer permanecer las estructuras del conocimiento –aún desde lo nominal- tal y como han estado desde el inicio de la Modernidad. Si entendemos el carácter ideológico que tiene la Modernidad (y con ella el Estado, la idea de Razón –y sus conrracionalismos-, el capital y su interminable acumulación, y la idea misma de “Ciencia”), entonces estamos frente al descubrimiento de un panorama inmenso de posibilidades; porque estamos frente a la raíz de muchos de los problemas en que vive este mundo –este sistema mundo-, que nos hacen –o al menos nos deben hacer- renegar de las cualidades de “científico”, “ciencia”, o incluso –y hacia allá va mi análisis- del carácter, cualidad, oficio y servicio del “sociólogo”, y velar por su final.

Palabras Clave: Sistema-mundo, Capital, Estado, Razón, Ciencia, Sociología, Sociólogo


A mí me basta con preguntar(les) y preguntar(me) qué cosa hay fuera del Sistema, y al encontrar que no hay respuesta, pues entiendo que todo está dentro del Sistema. Sistema Social, Sistema-Mundo capitalista, Modo de producción capitalista, Unidad de lo Diverso, Todo Social –Totalität-, Sociedad (Moderna o Industrial)… como quiera llamársele.

No queda otra alternativa, pues, que tomar la iniciativa de un proyecto conceptual interior y elevar las posibilidades del fin de la Sociología. La superación de dos elementos contradictorios genera una nueva contradicción que se asienta en el seno de la antigua.

Estamos ante la necesidad de renegar, relegar, criticar a la existencia de la Sociología, si se le considera desde el punto de vista histórico e ideológico. Muchos re pero haciendo claridad de la exclusión de el repensar, pues no se trata de volver sobre lo mismo, sino de cambiar las estructuras del pensamiento. ¿Cómo? Pues pensando de otra manera, diferente. Mejor, no pensando diferente, sino impensando.

Podemos renegar pero no podemos prescindir de las categorías conceptuales que ya hemos aprehendido. Esto fruto del importante trabajo teórico y práctico que han llevado los diferentes individuos que conforman esa cultura de la sociología[1], pues creo que es claro que no hay duda sobre la profundidad y la envergadura de los productos conceptuales que han brotado de la inspiración y el empeño de los individuos geniales –o no tanto-. Los aportes personas como Durkheim (el hacedor de la cosa social), Marx (el sospechoso develador del conflicto social), Weber (el atormentado neurótico de la legitimidad)[2], Parsons (el Científico autorreferencial y ennubado hacedor de lluvia que se inventó la estructura de la Sociedad), Merton (la caminata inmensa de la búsqueda por poner de pies al Sistema Social), Gabriel Tarde (el prematuro perdedor de la disputa sociológica en el debate de positivismoßàcomplejidad o nomotéticoßàidiográfico), Saint Simon (el conde que inició –¿serendipity?- las labores sociológicas), Bourdieau, (el sociólogo de mala categoría) Luhmann (el defensor inmanente de la permanencia del sistema), Giddens, Foucault (el depredador de incertidumbres), Comte (el rígido descubridor de la física social), Touraine (el asesino de lo social), Elías (el individuo que individualizó con tino lo iniindividualizante), Antonio García (los restos teóricos de una revolución conceptual local -sobre la revolución social- que nunca ha empezado) , Castells (el enredo de la red y el sistema resuelto –por medio de redes- hoy), Fals Borda, (y la renuencia a una neutralidad valorativa de la ciencia), Althusser, Lefevbre, Barthez, Poulatnzas, Sereni, Bauman, Beck, o el mismo Wallerstein (el apologista de la paciencia de la larga duración); pues sencillamente no pueden pasar por alto, y menos menospreciar.

Esa lista de autores –junto con la infinidad restante- son considerados por todo sociólogo como par, contradictor, enemigo, o incluso como colega. Al menos solamente como punto de referencia clave. Hoy, no me imagino la innovación –sin tener por qué serlo- que produce un trabajo de pregrado de un sociólogo si no nombra a, al menos, alguno de los autores allí citados. Una vez le dan el pase oficial, el “secreto”, el título de grado, allí ya podrá si quiere –y si puede- prescindir de ellos, criticarlos, dejarlos de lado. Pero lo que no puede nunca –las exigencias del medio se lo exigen, las instituciones del saber- es no tener claro, al menos, algunos puntos elementales de cada uno de los autores de la cultura de la sociología.

Pero hay que detenernos a pensar un momento. Más allá de los individuos, escuelas, o saberes, existen unas características fundamentales de lo que hoy es “lo social”. Unas bases, o estructuras. O ambas juntas. Es necio negarle la ideología a la Modernidad, al Estado, a la ciencia, a la sociología. ¿De dónde viene y cómo surgió? Es esa el principal aporte que quiero trabajar de la obra de Wallerstein.

Más allá de eso, también quiero poner de presente aquí la manera en cómo logró ir a las raíces del sistema actual, desde la perspectiva braudeliana de la larga duración, remontándonos a tiempos que ya no se acordaban los sociólogos de mirar y menos de hablar.

Como lo apunta Wallerstein (2005: 130), la sociología nació como saber específico e institucionalizado de una idea de progreso inevitable. Ineludible en el sentido que era el curso de la historia y que necesariamente existía un Edén en la tierra en que mandaron a Adán. Y a Eva. Que en esta tierra existía la posibilidad de un paraíso, cualesquiera que fuera su forma. El hecho de que no se viviera tal paraíso, hacía parte de esta invención histórica en la cual hemos ido evolucionando socialmente desde el principio de los días. Desde las fundacionales comunidades primitivas alrededor del mundo, pasando por las comunidades religiosas, metafísicas y, al fin, Modernas y Científicas. En el marco de las leyes la humanidad evoluciona, y son las leyes de la historia. De la humanidad.

El progreso era evidente y el centro y la semiperiferia del sistema-mundo capitalista avanzaban en esa ficticia figura de la tecnología. Pero avanzaban a pasos agigantados, así que los hechos no podían contrastar con la idea de progreso trascendental.

Sin embargo había una parte del sistema-mundo capitalista que no estaba incluida dentro de los grandes desarrollos de la Modernidad. Vivían más bien en medio de la pobreza y la explotación. Pero la idea de progreso también daba solución o explicación a tal fenómeno. Nos contaba que lo que pasaba era que , sí, que la diferencia de desarrollo entre ricos y pobres existía, pero que sin embargo era necesaria en pro de la consecución de un mismo fin, “beneficioso y conveniente para todos” (2005: 130; cursiva mía). Esta explicación era por lo tanto un alivio para todos.

Y en medio de todo eso la sociología y los sociólogos iban ubicándose con respecto a esa premisa fundamental de la Modernidad: el Progreso. Ellos no lo hacían al margen de las tres grandes ideologías de la historia moderna, según Wallerstein (2002: 75-95), el liberalismo, el conservadurismo y el radicalismo o marxismo. Pero estas ideologías aceptaban, en últimas, la idea de progreso liberal –el triunfo liberal de la revolución burguesa- como premisa básica y fundamental de la historia. Es decir que necesariamente avanzamos. El programa, la forma y el modus operandi de cada ideología sería diferente, de acuerdo a las objeciones del conservadurismo y del marxismo con respecto al ideal liberal de progreso. Pero en esencia, cada ideología tenía su propio proyecto de cambio con respecto a la idea de la historia evolucionista: Los conservadores retardarían, contendrían el cambio; y los marxistas acelerarían el cambio mediante la agudización de la lucha de clases (harían la revolución) pero añadirían un eslabón más a la cadena de la historia progresista[3]: el comunismo, último estadio de la humanidad. Para llegar a él sería necesario un pre-estadio: el socialismo, que ejercería el poder mediante la Dictadura del proletariado, en un Estado revolucionario.

Por más que Engels, Marx y Lenin se devanaron los sesos develando la naturaleza del Estado moderno burgués, desde el punto de vista económico-político y lograron grandes elaboraciones conceptuales, en el momento de la práctica se llegó a lo mismo: un programa político con base al Estado y el ideal de progreso: “Un paso adelante, dos atrás[4].

Y los sociólogos entonces, se ubicaban. Había sociólogos por cada ideología y las disputas en el ámbito académico se centraron alrededor de los márgenes principales de cada una de las ideologías.

Pero el debate debía ser otro: no se atacaban las semillas del árbol de la Modernidad: por ejemplo, una central para las ciencias sociales, el Estado era un producto ideológico de un programa, el liberal-moderno-burgués. Todas las ciencias sociales se centraron alrededor de esa santísima trinidad del Estado-Mercado-Sociedad Civil y a partir de allí crearon la división de las ciencias sociales llamadas nomotéticas (enfocadas hacia la formulación de normas generales, de leyes universales sobre lo social). Todas estas construcciones eran el producto de la ideología liberal, burguesa porque era el logro de la revolución de la burguesía francesa. La sociología estudiaría lo relacionado con la Sociedad Civil, mientras la Economía Política se disgregaba para dar buena cuenta del Mercado: la Ciencia Política se encargaría del Estado y la Economía, como ciencia independiente estudiaría al sacrosanto mercado.

Pero qué cosa es más contradictoria, autorreferencial y abstracta que la “Sociedad”[5]. ¿Qué es la sociedad? ¿En dónde está? ¿Es una realidad objetiva ineludible e irrefutable? ¿O es más bien una elaboración abstracta producto de una serie de unidades binarias[6] delimitadas por el proyecto ideológico liberal? En ese sentido, ¿si Estado y Sociedad son elaboraciones ideológicas que sustentan, fundamentan y hacen posible la interminable acumulación de capital y su economía-mundo capitalista, la sociología qué sentido diferente tiene que el de posibilitar el modo de producción que está llevando al fin (tal vez prematuro) de la humanidad misma?

En este sentido es práctico preguntarse por la existencia de la sociología misma, ciencia encargada del estudio de la “sociedad”, sustento y contenido del Estado. En este marco de referencia, entraré a proponer algunos posibles aciertos y defectos de la obra de Immanuel Wallerstein y el enfoque de los sistema-mundo con respecto a lo hasta aquí planteado, que no es otra cosa que el producto de la lectura e interpretación personal de este autor estadounidense. Esto con el propósito de mirar el estado actual de las instituciones del saber y criticar o defender el modelo actual de estructuración del conocimiento, pues creo que es muy pertinente hacerse la pregunta de ¿seguimos reproduciendo esa institución-máquina del conocimiento, o mejor pensamos en transformarla? En el primer caso, lo mejor sería seguir aprobando el nombre de “sociología” y de “ciencias” “sociales” para designar nuestro difuso objeto de estudio, lo “social”. En el segundo caso, habría que llevar al extremo la invitación de Wallerstein para impensar, y tendríamos que cambiar las actuales estructuras del conocimiento[7], y no re (volver a) formular la sociología –en general todas las ciencias sociales- sino inventar algo diferente, como impensando.

Encontramos aquí la primera queja personal: si la invitación es a impensar, las ciencias sociales, por qué insistir en repensarla y reformular otra ciencia, como termina haciéndolo Wallerstein (2005) con su propuesta de “ciencia social histórica”.

Para concluir este recuento de apuntes para una discusión sobre la existencia de la sociología en particular y de las ciencias sociales en general, quisiera realizar una pregunta final sobre el sociólogo Immanuel Wallerstein y su propuesta del análisis de los sistemas-mundo.

¿Cae también Wallerstein en la trampa de la historia?

Si bien critica el Progreso y devela su naturaleza ideológica, clasista, racista y parcializada, termina haciéndolo más que todo de forma valorativa, pues aunque demuestra que no necesariamente el progreso va dirigido hacia un mundo “mejor” (de ahí la incertidumbre como base del conocimiento), no niega la necesaria presencia del concepto de desarrollo del tiempo hacia adelante. Cae en la trampa de pronosticar el futuro.

Esto lo hace bajo la capa y el escudo de la larga duración planteándose la posibilidad de pronosticar el futuro observando el pasado desde una perspectiva de muy largo aliento. Esto, bajo el aporte de los ciclos Kondratieff (A en momentos de auge y B en momentos de crisis) hace posible creer en la posibilidad de predecir el comportamiento del sistema. Wallerstein cae en la trampa de la historia que camina hacia adelante (necesariamente) y que tenemos la certidumbre del futuro, contradiciendo sus mismas premisas sobre la incertidumbre y la imposibilidad de predicción social.

Hay entonces que pensar en impensar la sociología y darle de una vez muerte a esa manera de nombrar el estudio de las relaciones entre los individuos y comunidades en el marco de la historia corta, mediana y larga. Lo mismo con la ciencia.

Además, hay que recordar las frases del mismo Wallerstein –incluso al mismo Wallerstein- con relación a la historia del porvenir: “La historia no está necesariamente de nuestro lado, y si creemos que lo está, esta creencia trabajará contra nosotros”.

Y proponer



Bibliografía:

1. .Immanuel Wallerstein “Conocer el mundo, saber el mundo: el fin de lo aprendido”; Siglo XXI Editores, México, 2001.

__________________: “Las incertidumbres del saber”; Ed. Gedisa, Barcelona, 2005.

__________________: “Después del liberalismo”; Siglo veintiuno editores, México, 2001



[1] El legado de la sociología, la promesa de la ciencia social.

[2] Ibid. Estos tres pensadores –Durkheim, Marx y Weber- son sobre quienes, según Wallerstein reside la creación de los tres primeros y fundamentales axiomas, que están sintetizados en las palabras en cursiva y letra de mayor tamaño.

[3] De hecho, en textos y en la vida cotidiana, hay marxistas que se ufanan de ser literalmente progresistas. Este término, referente en esencia del proyecto liberal burgués, es usado con constancia por los marxistas como un halago, para referir una cualidad de un individuo, grupo social, estructura e incluso Estado.

[4] Lenin

[5] Para revisar la autorreferencialidad del constructo teórico de “Sociedad”, véase Parsons, Talcott: “El sistema social”.

[6] Hacemos referencia a las dicotomías señaladas por Wallerstein (2005:131) en donde la Modernidad ejecuta el gran salto haciendo la transformación de un elemento por otro, así: “contrato en lugar de estatus, Gessellschaft [sociedad] en lugar de Gemeinschaft [comunidad], solidaridad mecánica en lugar de solidaridad orgánica, y otras.”

[7] Un análisis profundo del tema de las instituciones del saber se encuentra en Wallerstein (2002). De la misma manera, ese autor en ese texto realiza una propuesta epistemológica, metodológica, conceptual e incluso operativa (en las últimas páginas de la compilación) que en su contenido, aunque muy prolija, parece tímido. Hay que entender el contexto de rigidez y rigurosidad que existe en el contexto de los científicos sociales y sus instituciones de saber por excelencia: las facultades.

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